BALAS PARA CASTIGAR AL PUEBLO Y DEFENDER AL CAPITAL YPF-CHEVRON

Comunicado de la FORA en repudio a la represión en Neuquén.

Desde la Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.) repudiamos la feroz represión estatal desatada contra pobladores que en Neuquén se manifestaron contra el emprendimiento de YPF –Chevron en el yacimiento de Vaca Muerta.

En el sistema del capital mercancía en el que las clases dominantes pretenden condenarnos a sobrevivir la represión aparece muy pronto para salvaguardar los intereses de capitalistas, tecno burócratas y empresarios asociados a la caterva de políticos.

No es casualidad que estos hechos se den en la misma provincia en que los nativos Mapuches resisten la expansión predadora del capitalismo que se expande sin cesar desde fines del siglo XIX con Roca como portaestandarte de la expoliación y continuó incesante durante el pasado siglo XX. La misma provincia en que fuera asesinado el maestro Carlos Fuentealba, arteramente por los esbirros del Estado. Es por esto que reprimen porque los de abajo no se resignan mansamente a aceptar la prepotencia de los funcionarios coaligados en defensa de sus intereses espurios y de los privilegios.
Nuestra solidaridad activa con las víctimas de la represión y los ataques de los uniformados.

Por la articulación solidaria de las luchas contra el capital, el estado y los explotadores.

Secretaría de Prensa

28 de agosto de 2013

LA RESISTENCIA AL CAPITALISMO

 

El movimiento obrero está determinado por el conjunto de factores morales y materiales que forman y dan vida y realidad al sistema social y que encadenan, en el proceso de la civilización capitalista, al hombre al imperio de las necesidades. Pero el proletariado, si se ve impulsado a luchar por el pan, no por eso limita sus aspiraciones a la conquista de un mayor salario; aspira también a romper el yugo de la explotación económica y a libertarse del dominio de las castas privilegiadas en la esfera política: en la lucha contra el Estado.

Si para los anarquistas toda solución inmediata es relativa, porque está limitada por la ley del equilibrio capitalista, no puede en consecuencia ser el sindicalismo una teoría de futuro. No quiere esto decir que el anarquismo oponga su finalidad revolucionaria, como expresión de lo absoluto, a la realidad contingente. Por el contrario, es sobre los hechos y sobre las experiencias que las teorías libertarias deben crear una base de realizaciones, buscando en las masas obreras los elementos necesarios para impulsar el avance de la historia y determinar el progreso social contra las corrientes reaccionarias.

Los anarquistas debemos, en consecuencia aportar nuestras energías al movimiento obrero, pero nuestra adhesión plantea de hecho una beligerancia teórica al sindicalismo clásico -al sindicalismo que quiere bastarse a si mismo- y lleva al terreno de la lucha de clases todas las divergencias teóricas que nos separan de los partidos marxistas. Es sobre la interpretación del papel que representan las organizaciones obreras que surge la inevitable polémica entre reformistas y revolucionarios. Y el desacuerdo debe ser mantenido a toda costa, porque la mentalidad política e ideológica en los sindicatos es tan imposible como exigir a los trabajadores que circunscriban su acción a exigir mejores salarios a la clase patronal. No podemos los anarquistas olvidar que el movimiento obrero, para que sea verdaderamente revolucionario, debe abarcar el conjunto de los factores sociales que hacen odiosa la vida del asalariado. Desintegrar las ideas socialistas en diferentes particularidades, separando lo político de lo económico -el espíritu del cuerpo- es negar al trabajador la facultad de pensar y de accionar de acuerdo a un ideal de justicia. Por eso queremos definir la trayectoria del anarquismo sobre la realidad inmediata, no como una línea paralela al proceso de la economía capitalista, sino como una potencia espiritual divergente, en constante rechazo de las construcciones sociales sujetas al fatalismo histórico: a las necesidades que determinan, según los teóricos marxistas, la continuidad del régimen capitalista.  Todas las organizaciones proletarias han nacido de la necesidad de oponer una valla a la explotación del trabajo, al monopolio de las riquezas por una casta privilegiada, a las injusticias de los amos. Esa es la primera continencia que explica la lucha de clases y también el fundamento dinámico del sindicalismo. Bastaría la acción defensiva del proletariado si solo se tratara de buscar una base de equilibrio al problema de las necesidades. Se solucionaría la cuestión económica colocando frente al capitalismo una fuerte coalición obrera, regulando la economía con órganos apropiados, creando un poder de control que obligara al capital y al trabajo a mantener sus fuerzas en equilibrio y resolver pacíficamente sus diferencias. Mas ¿no se manifiesta fuera del área de influencia de la lucha de clases, al margen de los conflictos gremiales, el espíritu de contienda que hace fracasar todos los planes de reconciliación de los políticos reformistas? Buscar la solución de los problemas sociales en un acuerdo entre explotadores y explotados -sobre las simples contingencias materiales- es aceptar el fondo de las injusticias históricas. La resistencia al capitalismo no está determinada exclusivamente por la cuestión económica; tiene origen en la desigualdad moral, en todas las causas determinantes del privilegio político, de casta, sobre el que se sostiene el régimen del salariado. ¿Acaso el triunfo de la clase trabajadora, si sólo tiene por objeto modificar la posición de las clases en el concierto social, puede significar otra cosa que una repetición del fenómeno que viene perpetuando la injusticia a través de los siglos y de las civilizaciones? El sindicalismo reduce la esfera del movimiento revolucionario al imperio de las necesidades. Por eso las corrientes autoritarias que propician la organización de los trabajadores sobre el terreno económico -que se esfuerzan en separar las ideas del sindicato- limitan la acción de la clase trabajadora a la defensa del salario, confiando a los partidos la tarea de ordenar la vida política de los pueblos en el Estado unitario.

De esa conducta se deduce la posición prescindente del sindicalismo en lo que respecta a las ideologías que no se ajustan a la realidad inmediata.

El materialismo histórico condena la propaganda revolucionaria que rompa el ritmo de la evolución capitalista. Niega el esfuerzo del hombre que se rebela contra el medio social, que opone a la moral consagrada un nuevo principio  ético, que trata de vivir su vida contradiciendo la ley de las conveniencias rutinarias. He ahí por qué los anarquistas no podemos limitar nuestra intervención en el movimiento obrero a la simple defensa del salario. El capitalismo no es una simple concreción económica representa un estado de progreso y de civilización y concreta en su fuerza y potencia todas las viejas y nuevas causas del infortunio humano. ¿Cómo puede librarse el obrero de la esclavitud material si continua siendo moralmente esclavo? ¿de qué manera pueden los pueblos llegar a realizar sus propios destinos si aceptan como una fatalidad todas las injusticias sociales y sólo combaten algunos de los factores del mal originario? El capitalismo no será destruido si permanecen inalterables las causas primeras: si el hombre continúa siendo un  esclavo de sus necesidades y un enemigo de su libertad. Todas las reformas económicas tienden en consecuencia, a perpetuar el régimen capitalista y la misma revolución obrera no sería otra cosa  que un cambio de clases privilegiadas si se realizara sobre el plano de la economía capitalizada y siguiendo las líneas del proceso industrial, que es una mecanización del individuo que ha perdido sus mejores cualidades espirituales por la atrofia del cerebro y del corazón. La lucha por el pan no basta. Hay que plasmar en la conciencia del hombre los valores de su perdida individualidad, determinando así una resistencia moral a las monstruosas construcciones del capitalismo y oponiendo a la realidad material una realidad de espíritu.

 

Emilio López Arango